La muerte del chofer despedido de Aucor esta semana revela una trama muy personal pero extendida: las consecuencias psíquicas y físicas del estrés laboral sostenido en el tiempo.
El conflicto del transporte está aún vigente entre los choferes despedidos y sus familias. Terminado el paro, alineadas las solidaridades y rechazos entre los actores políticos -individuales y colectivos- y la opinión pública, esta semana la muerte de uno de los 183 despedidos puso en agenda una situación desesperante, más allá de los 9 días sin transporte y de los despidos con causa. Mientras un grupo trolebuseras están en huelga de hambre frente al Municipio por las cesantías, otros choferes estaban a la espera de una posible reincorporación. Como el hombre que murió, se llamaba Gerardo García y tenía 48 años, era padre de tres varones y abuelo. Se desempeñaba como chofer de la línea 52 de Aucor desde 2009 y había ingresado a la Tamse en 2007. Murió por un pico de estrés, de acuerdo a Jesús, su hijo.
La incertidumbre fatal. En diálogo con Perfil Córdoba, Jesús prefiere no cargar con culpas contra nadie y aclara que no van a iniciar acciones legales, todo sucedió hace muy poco y se les dificulta marcar responsables. Sí hace hincapié en que los dos meses que pasaron sin cobrar ni recibir indemnización, con una gastritis nerviosa a cuestas, que provocaron el pico de estrés derivado en su muerte. Y repite lo que decía el pasado martes mientras velaba a su padre: lo mató la falta de certezas sobre su posible reincorporación al trabajo.
“Mi papá murió a causa de la incertidumbre que vivió estos dos meses”, dice Jesús. En ese marco, la magister en neuropsicología y especialista en psicología jurídica Marcela Scarafía consultada por este diario advierte que no hay una situación más difícil de tolerar. Sin tener ningún tipo de vínculo con el caso y atendiendo a situaciones tipificadas, Scarafia advierte que es posible que ésta muerte se enmarque en un pico de estrés: “No hay cosa más difícil para la persona que tolerar la incertidumbre. Preferimos el resultado negativo pero que se resuelva de una vez porque es lo que alimenta el estrés. Genera un estado de alerta permanente imposible de llevar”, describe.
De la autopreservación a la enfermedad. Las consecuencias físicas del estrés sostenido son muchas pero, en principio, es una respuesta natural del organismo y, para la psicóloga surge “frente a una situación que se presenta como nueva, como desafiante o como amenazante. Supuestamente, en la antigüedad aparecía cuando llegaba un predador; algo que compartimos con los animales: el estrés es normal y es una respuesta natural del organismo en todos. Es lo que nos mantiene vivos porque si no generamos alertas frente a un predador, no luchamos para salvar nuestra vida. Se espera que haya situaciones de estrés agudo pero que culminen. Cuando se prolonga en el tiempo repercute negativamente en el psiquismo y en el organismo”, analiza Scarafia.
Situaciones límite. Sucede que cuando el estrés se prolonga en el tiempo se refuerzan todos los mecanismos de alerta y aparecen los dolores, las enfermedades y los cambio de conducta. Esta escalada puede llegar a modificar todo el ciclo vital de una persona. Ni la salud pública, a través de campañas, ni la medicina laboral ponen en primer plano al estrés como un factor de riesgo. Las ART difícilmente lo consideran una enfermedad laboral porque no está cubierto por el sistema de riesgos del trabajo. “No aparece en ningún lado”, afirma Scarafía y agrega que la mayor cantidad de casos que atiende “son consecuencias graves de estrés sostenido en el tiempo: trastornos de ansiedad, depresión y ataques de pánico”. Así y todo, volviendo al caso de Gerardo García como estaba despedido ni siquiera puede contemplarse alguna consideración sobre violencia laboral. Ya estaba fuera del sistema, queriendo y necesitando volver a trabajar.
FUENTE | http://www.perfil.com